Robert Ellis empezó haciendo versiones de country en los garitos de su barrio de Houston, en especial en el Fitzgerald’s, en cuyas noches de los miércoles, las “Whiskey Wednesdays”, se fue forjando su flamante leyenda de nuevo “local hero”. Aunque tiraba de su enciclopédico conocimiento de los grandes del género vaquero, se ganaba por igual a los rudos públicos de las bandas punks con que compartía cartel y a los fans de Buck Owens o The Rolling Stones. En su segundo disco, “Photographs” (2011), que supuso también su primera entrega para el prestigioso sello New West, ese conocimiento brilló y deslumbró. Dividido en dos partes, la mitad de sus diez canciones comulgaban con el folk que deja sin aliento y la otra parecían aspirantes a estándares del country. Y eso que era solo casi un debutante, pues su primer álbum, “The Great Rearranger”, databa de 2009. Pero aun y así ya demostraba estar preparado para en una canción golpear con la suavidad de Kris Kristofferson y en la siguiente frasear lecciones de vida a la manera de George Jones. Su tercer larga duración, “The Lights From The Chemical Plant” (2014), constata más todavía su crecimiento como compositor, con temas que basculan entre los ornamentos de cuerdas del que le da título hasta otros de sombría atmósfera confesional dignos de un filme noir. Ellis ensancha sus fronteras más allá de los callejones sin salida del country clásico, con retratos de la vida cotidiana que no somete a agresivos códigos de género. En junio de 2019 sacó su cuarto LP, de título homónimo, que cuaja la aventura que proponía hace dos años. "Una magistral intersección de emoción y musicalidad, uno de los mejores discos de 2016" (Spin); "El artista aquí una argumentación convincente de que él pertenece al panteón de Houston" (Allmusic); "En su corazón, no obstante, este es un gran álbum pop" (Uncut); "El sonido de un joven compositor solidificando su mezcla del country del este de Nashville con cualquier sonido, estilo y sentimiento que llame su atención" (American Songwriter).