Nicole Atkins, nacida en Nueva Jersey, debutó en 2007 con “Neptune City”, disco en el que mostró un molde personal inspirado en rockeras como Stevie Nicks, Chrissie Hynde y Siouxsie Sioux, así como capacidad y potencial para volar alto, con una voz fuerte, de vibrato nada ligero, y letras a la altura. Conectaba con el pasado, en un viaje romántico que parecía salido de la era de Eishenhower y enlazaba a Phil Spector con Roy Orbison, una cantante que sabía hacer suyo el terreno de las baladas de piano bar y el pop “noir” nocturno. Con el segundo álbum, “Mondo Amore” (2011), un trabajo más afilado alrededor de una ruptura sentimental, llevó eso a una década posterior, pongamos que se alejó del pop del Brill Building para acercarse al blues-rock y la psicodelia de finales de los 60. En “Show Phaser” (2014), grabado en Suecia igual que su debut, mostró que su madurez había alcanzado nuevas cotas, superadas en 2017 con “Goodnight Rhonda Lee”, obra publicada en el sello Single Lock, propiedad de John Paul White (Civil Wars). Un cuarto trabajo que nos la muestra en una nueva incursión en el pasado, esta facturada en Nashville y con el equipo de producción que abrilllantó el debut de Leon Bridges, y con colaboraciones de nombres como Chris Isaak o Jim Sclavunos, de los Bad Seeds. Se la nota cada vez más reflexiva, más enfocada, ahora con las composiciones (siguiendo el consejo del citado Isaak) escritas para priorizar más eso que la hace distinta: su chorro de voz.